lunes, 27 de septiembre de 2010

CARTA ABIERTA A ANA MOSQUERA




No puede invadirme más sentimiento que la decepción ante los que, con notables y redundantes golpes en el pecho, suelen alardear de defender los intereses vecinales para que luego, tras el opaco cristal de la tramoya administrativa, todas sus palabras y acciones perezcan desfallecidas a las orillas de los compromisos incumplidos. Y eso, y mucho que lo lamento, es lo que me ha ocurrido con Ana Mosquera. La vecina, que no política.

Siendo de lo más sincero, prefiero anquilosar en mi retina la imagen de esa energética mujer con la que el destino me hizo coincidir en la mesa electoral de hace unos pocos años y que, ilusionada, atestó mi cerebro con mil sueños y proyectos que pensaba impulsar en el Río San Pedro, siempre y cuando tuviese opción a hacerlo. Por supuesto, también me habló de ciertos planes que aguardaban a unos vecinos que por desgracia se sentían, se sienten y se siguen sintiendo abandonados desde hace demasiado por una y otra administración de la bahía. Entonces, iluso de mí, pensé que quizás el tiempo y la suerte de los comicios nos podría conceder una digna representante que diese por fin voz a las demandas de ésta, nuestra tan necesitada barriada.

Pero he aquí que no. Que me equivoqué. Que quizás Mosquera, atraída por los cantos de sirena de la política y la popularidad que ésta conlleva a nivel local, comenzó a despojarse de sus ideas iniciales al mismo ritmo que hiciese el cerdito Snowball en la antológica obra de "Animales de la Granja" de George Orwell, cuya lectura nunca pasa de moda y les sugiero de forma encarecida.

Todo esto sale a colación porque desde hace un tiempo, y hastiados del insolente y constante ninguneo que sufrimos por parte de nuestros gobernantes (entiéndase la escala de éstos de mayor a menor o viceversa hasta alcanzar lo más alto de la Moncloa), un grupo de vecinos del Río San Pedro hemos decidido unir nuestras fuerzas para intentar acabar con un terrible problema que llevamos padeciendo durante años. Hoy por hoy importa un mismo bledo si nuestras calles sufren el inevitable deterioro de la edad, si escasean puntos de luz o papeleras, si carecemos de biblioteca, de parques infantiles en aceptable estado, de cursos de formación para jóvenes, desempleados y mujeres, de un decente paseo marítimo o que a las obras que empiezan nunca se les dé el último empujón para acabar; lo que nos importa ahora y desde hace años, sobre todo, es que sobre nuestras cabezas transcurra un cableado de Alta Tensión de 400 Kw que pone seriamente en peligro la salubridad de todos los vecinos, en especial la de los más pequeños. La de los seres que más queremos y que conforman el germén de nuestras esperanzas e ilusiones. El futuro.

No considero que sea el momento adecuado de desgranar el sinfín de enfermedades que comporta el hecho de residir en un barrio envuelto por completo por la corriente electromagnética. Y que nadie piense que me invento nada o se ha instalado gratuitamente en mi ánimo sembrar la alarma general. Que es la propia Administración, a través de la actual legislación de Alta Tensión, la que establece que por cada kilowatio debe existir una separación mínima a vivienda de un metro de distancia, por lo que esa línea de Alta Tensión tendría que haber sido debidamente soterrada o desviada hasta las afueras del barrio (más allá de los 400 metros); y no a quince escasos como se sitúa en la actualidad desde hace demasiado tiempo.

Cual ilusionados autómatas, llevamos más de una década escuchando decenas de pretensiones y promesas encaminadas a erradicar este grave problema del que al final, al más puro estilo de Poncio Pilatos, el que más y el que menos se planta sin decir ni hacer nada al respecto. Es probable que todo se deba a la apatía y la desilusión general que suele envenenar este país o porque, en realidad, lo que pueda ocurrirles a unos pocos miles de personas que habitamos en el Río se las trae a los políticos al mismo pairo. Por eso, hartos de la desidia institucional, hartos del abandono y de navegar a la deriva sin merecerlo, como bien firmaría el mismo Uderzo con su famosa aldea gala, hemos decidido plantarnos y hacer saber que ya es hora de que vivamos con salud. De que todo el mundo se entere de que la ley nos asiste y ampara y que nadie tiene el menor derecho a torearnos por más tiempo mientras los organismos institucionales deciden torcer la mirada hacia el lado contrario. Es por eso por lo que muchos de los vecinos del Río San Pedro nos hemos volcado para solicitar estos días las firmas y el apoyo a un manifiesto en favor de que el cableado sea soterrado o desplazado de una vez para que nuestros hijos crezcan en paz, sin el menor temor a la enfermedad o a algún daño irreparable de los que los únicos culpables serán los políticos y quiénes por ignorancia decidan ponerse la venda en los ojos. Y he aquí, tras esta reflexión, donde una hoja de firmas recala en las manos de Ana Mosquera para que ésta, sorprendentemente, rechace de plano su apoyo, probablemente ante el temor, me atrevo a pensar, de que nuestra iniciativa común se trate de un tejemaneje político. Nada más lejos de la realidad, señora Mosquera. Se lo afirmo con la mano en el corazón. Y ojo, que pienso que está usted en su pleno derecho a actuar como guste, como cualquier ciudadano y bien dicta nuestro texto constitucional, pero entonces, siendo así, le ruego que tenga el detalle de no caminar por la vida como una ferviente e innegable defensora de los intereses del Río San Pedro cuando en realidad sabe muy bien que eso no es cierto. Y es que cuando se le ha solicitado su respaldo en calidad de vecina, que no de representante de su partido, usted ha sido capaz de ignorarnos y enmascarar la realidad con mil pretextos sin tener presente que mientras duerme en su casa está recibiendo la misma radiación electromagnética que el resto de vecinos, aquélla que puede apagar lentamente y sin remedio su vida o la de los suyos.

Que sepa y entienda que si algunos de sus vecinos (entre los que me incluyo) invertimos nuestro tiempo y esfuerzo en recopilar firmas es por el bienestar de usted también. Por su salud y la de sus seres queridos. Por la de toda persona que reside en esta barriada y que solo desea vivir en este bello enclave de la bahía con las mínimas garantías de seguridad sin sentirse conejillos de Indias de ésta o esa compañía eléctrica que antepone sus enormes beneficios a la salud de los más pequeños.

Sí, me ha decepcionado, señora Mosquera. Y mucho. Aunque como bien sabemos desde pequeños, rectificar es de sabios y perdonar también. Por eso le invito a que reconsidere su acción. A que tome estas palabras como un acto de reflexión o crítica constructiva, como un gesto de buena voluntad de unos vecinos que merecen ser escuchados. Su firma será entonces bien recibida y sumará una más. Y no crea que será más importante que la mía o la de la vecina del tercero izquierda o la de la panadera o la del mecánico del bajo b. Simplemente será una más que apoye la primera piedra del cambio hacia un futuro Río San Pedro salubre y sin riesgo de enfermedades.

Y sí, aunque hasta a usted misma le cueste creerlo, aún algunos residentes del barrio siguen creyendo en su persona como una digna representante vecinal, por eso, ahora más que nunca, por la salud de las mujeres, hombres, niños y mayores del Río San Pedro, le invito personalmente a que, no como política sino como ser humano, reconsidere su postura y acepte solidarizarse, apoyar y luchar por esta noble causa en virtud del bienestar de la ciudadanía. Será bien recibida, como cualquier vecino. Usted misma.