Sí, amig@s. Cada vez estoy más
convencido de que la vida es como el Monopoly. Pasamos a todo pastilla por las
casillas en las que debemos pagar peaje y, a la menor ocasión, te ves al borde
de la quiebra y en la cárcel por capricho del maldito dado. Hay quiénes consiguen muchas posesiones, y
por tanto, ingentes cantidades de dinero. Esos que tienen la fortuna de visitar
la banca, de forma reiterada, que siempre les acoge con una gran y falsa sonrisa.
Otros en cambio, no cuentan con buenos números, lo que hace que su paso por el
banco se convierta en poco menos que un suplicio.
La vida, como el Monopoly, es
cuestión de rachas. Golpes de la suerte, conjunto de cuatros, cinco o de seises
que tanto te impulsan a la riqueza, como que te acercan al más temido
precipicio. Sin embargo, cuando pintan
canas y la experiencia ya se empieza a convertir en un grado, te das cuenta de
que el dinero no lo es todo. Que sí que sirve para ayudar a ser feliz, pero que
en realidad no garantiza el hecho de que cada noche te vayas a la cama con la
satisfacción de saber que estás satisfecho o no con tu camino, con tu destino.
Sí, tengo la convicción de que
al Monopoly le faltan un par de dados: Uno rojo que nos indique el nivel de
amor recibido y otro verde que nos aporte el cariño de los amigos verdaderos.
Probablemente unos puedan hacer
temblar la banca, pero a la postre se percatarán de que sólo tienen eso:
dinero. Simple papel que les convierte en flanco de amigos de conveniencia que
sólo se arrimarán a ellos para sacar tajada.
Otros en cambio, quizás con muchísima
menos fortuna salarial, tienen la suerte de contar con una más que generosa
porción de amor y cariño de sus familiares y amigos.
En mi caso, yo cuento con dos
dados rojos: Loli y Luis. Dos grandes y mágicas personas que me aportan todo el
cariño y amor que uno puede sentir. Puede que en esta loca carrera por la que
los de arriba nos hacen pasar, el dado blanco haga de las suyas, pero a
veces eso da igual. Ahí está el dado verde, el de amigos que nos quieren,
respetan, alientan y animan. Porque eso es la vida: Dar y recibir. Ponerte en
la piel del otro al que ayudas sin valorar las consecuencias. Unos ganan al
Monopoly y otros, en cambio, prefieren disfrutar con los suyos, hacerles ver lo
increíbles que son y la suerte que tienen de contar con su presencia, con sus
experiencias, con sus sentimientos, con su apoyo, con su fuerza, con su salud,
con su esperanza, con todo lo que están dispuestos a ofrecer a cambio de nada.
Y me basta y sobra que estemos
juntos, que nos demos ese cariño peculiar y sincero que ningún banco va a
proporcionarme jamás. Otros pueden tener dinero y posesiones y alardear de
ello. Es su vida. Su forma de jugar. Respetable como toda. Sin embargo, y con
vuestro permiso, amig@s mí@s, yo seguiré casilla a casilla con el apoyo de esos
dos dados mágicos y el cariño de todos aquellos que me siguen y me miran a los
ojos con total sinceridad.
Sí, al fin y al cabo, la vida
es un gran Monopoly y nadie sabe lo que los dados nos depararán en la próxima
tirada. ¿Jugamos?