Uno nunca sabe como afrontar una noticia luctuosa. Y más cuando viene de un amigo. De una persona como José Moya Vargas, todo un personaje cargado de humanidad y optimismo que tuve la fortuna de conocer gracias a mi trabajo y que, desde el minuto uno, se convirtió en amigo y "colega literario".
José Moya siempre me dio la impresión de ser todo un luchador. Un tipo experimentado y locuaz que intentaba exprimir al máximo el zumo de su jubilación, de sus merecidos años de descanso, de su merecida retirada de la enorme actividad laboral y emprendedora para dedicarse por entero a escribir y recapitular la multitud de recuerdos que siempre afloraban en sus conversaciones. Esas eran y no otras, las grandes pasiones a las que en realidad no pudo dedicar el tiempo necesario en años anteriores.
Así le conocí yo, con las ganas, la ilusión y la valentía que se le presume en realidad a un muchacho de veinte años. Con aires de auténtico "gentleman", solía encontrarle a veces con bastón y una gorra al uso de aquellos que saben ataviarse con categoría y tratar de forma impecable al prójimo. Cumplido en su oratoria y amable, cortés y respetuoso como pocos, José Moya me ganó como amigo hasta el punto de compartir con él varios cafés y tertulias en las que salían a relucir sus muchas anécdotas del Cádiz que tanto amaba y los tantos y tantos recuerdos que abarrotaba en su lúcido cerebro.
"Miel amarga" fue hace unos pocos años su primera novela publicada. Una obra en la que el amor prohibido, problemático y casi imposible se pone de manifiesto con una bella literatura y una calidez que sólo puede aportar aquel que ha sabido extraer los sentimientos más puros de los años que le ha tocado vivir. La siguiente, editada por Absalon, "Candelaria y Zacarías", marcha por parecidos derroteros dejando también un magnífico sabor de boca.
Me consta que, aunque enfermo pero con muchas ganas de luchar, como me comentó en nuestra última comunicación telefónica el pasado fin de año, aún garabateaba en la agenda algunos proyectos, y uno de ellos en común, que queríamos afrontar con mil barriles de cariño e ilusión a raudales. Pero ya no pudo ser. Ahí quedó.
El pasado día 22 de enero, José Moya Vargas, para mí un gran luchador y escritor gaditano, se despidió de este mundo para pasar al otro lado impulsado por los vivos colores de un paseo interminable hacia el atardecer de su amada Caleta. Para dejarse llevar por el viento de su Cádiz y perderse en mil recovecos combinando las mieles del presente y pasado como no he visto a nadie hacer jamás. Aquí nos has dejado, amigo mío, pero con dos regalos literarios, dos joyas que conservo en casa como oro en paño y que cuidaré por siempre enlazados junto al valioso recuerdo de aquellos ánimos que siempre me dabas y tanto me hacía mirar para adelante.
Hoy, amigo José Moya Vargas, he vuelto a rezar por tí. Jamás te olvidaré. Un abrazo, donde quiera que estés, amigo... Hasta la vista.
muchas gracias por regalarnos estas bellas palabras sobre mi abuelo, que bien lo conocio, porque solo los que lo conocimos y lo quisimos podriamos decir algo asi.nunca lo olvidaremos.
ResponderEliminarGRACIAS POR DEDICARLES ESTAS PALABRAS A MI PADRE ,NO SE SI LO HAS CONOCIDO MUCHO O POCO,PERO ES IGUAL EL ERA ASI, LO CONOCIAS DE DOS DIAS Y PARECIA,QUE ERA DE TODA LA VIDA,A LA VISTA ESTA QUE EN TAMPOCO TIEMPO LE TUVISTE CARIÑO Y AMISTAD,MUCHAS GRACIAS Y ENHORABUENA POR TUS TRABAJOS. MARI CARMEN
ResponderEliminarGracias a vosotros. Era un gran hombre y mejor amigo. Le echaremos de menos.
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