lunes, 2 de febrero de 2009

LÁGRIMAS Y LÁGRIMAS




No hace falta que diga que la imagen de las lágrimas de Roger Federer, uno de los mejores tenistas en activo de todos los tiempos, han dado varias veces la vuelta al mundo. Probablemente, el que no entienda mucho de tenis pensó que su estado de ánimo se debió simplemente a la pérdida de aquel encuentro del Abierto de Australia. Sin embargo, los más asiduos a este deporte comprendieron de pronto que, tras ese llanto, se escondía en realidad el amargo rostro de la impotencia y la certeza de que muy difícilmente, por no mencionar la palabra imposible, Federer volverá a ocupar el cetro mundial de este deporte. Y es que, plantee el partido como lo plantee, la potente zurda de Nadal le tiene tomada la medida y por más que se vaya al fondo de la pista, suba a la red, juegue en tierra batida, asfalto o hierba, el mallorquín se las hace pasar perras antes de levantar los brazos y morder el trofeo de campeón.

Quizás la maldita presión que le agarrota mentalmente cada vez que se enfrenta al español, es lo que le impide obtener ese punto de fortuna que necesita para derrotar a un Nadal que, a cada final que disputa contra el suizo, se frota las manos pensando en el notable incremento de puntos ATP y el no menor “subidón” de su cuenta corriente.

De siempre se dice que ni la presión ni la obsesión suelen ser buenas compañeras de viaje. Y en esa mirada del campeón suizo, por más que intentara ocultarlo, se notaba a espuertas esa imperiosa necesidad de victoria para que, al menos, no empiece a ser recordado por aquel tenista genial que intentó mil veces vencer a Nadal y no lo logró. Quizás su explosión de rabia contenida en la recogida de trofeos fuera por eso y provocó, lógicamente, que esas lágrimas del “ídolo caído” dieran la vuelta al mundo.

Lástima que esos mismos telediarios y medios de comunicación, no se preocupen tanto en dedicar sus espacios a otras lágrimas más importantes como las de esa mujer anónima maltratada que, aterrada, aún duda si telefonear a la policía en busca de una ayuda que suele llegar siempre tarde, a las lágrimas de ese/a joven al/a que cada mañana se le hace un mundo agarrar su mochila porque es insultado y vejado en el instituto por aquellos a quiénes encima les ampara un deleznable e ineficaz sistema educativo, a las lágrimas de ese desempleado de cincuenta años, con media vida trabajada a cuestas, que se encuentra de pronto como un juguete roto en tierra de nadie, a las lágrimas de esos jóvenes que intentan desesperados acceder a su primera vivienda o a un empleo que se tercia, más que nunca, imposible, a las lágrimas de los tantos que han de tomar las maletas y separarse de los suyos porque su ciudad está quemada por la desidia, a las lágrimas de impotencia de aquellos padres que tienen que soportar como la justicia no castiga en su justa y coherente medida a aquel malnacido que abusó de sus hijos, a las lágrimas de aquellas madres que lloran la muerte de sus hijos en una conflictos bélicos lejanos, a las lágrimas de quiénes pierden a los suyos en los accidente de tráfico cada fin de semana… Si, es una lástima que nadie le preste la atención debida a ellos y si tanta a un “pobre” tenista obsesionado por derrotar a Nadal.

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