lunes, 19 de enero de 2009

CÁDIZ, SI ES LUGAR PARA VIEJOS. UN GUIÑO A MIS AMIGOS



Qué retirados quedan ya esos días en que, paseando por la “Tacita de Plata”, uno no cesaba de coincidir con amigos por cada esquina, entendiéndose en este caso amigos a aquellos que compartieron la infancia entre las calles y plazas de este bello rincón atlántico.

Y es que el incansable paso del tiempo, las distintas etapas de la vida, la deprimida economía que siempre azota este sur, la falta de trabajo, la escasez de pisos (y/o el precio de estos) y mil condicionantes más, han provocado que muchos de los que integrabamos aquel batallador equipo de “futbito” de 6ºC de Santa Teresa o los que nos reuníamos en la plaza de Jesús Nazareno alrededor de un balón de plástico, las canicas o los trompos (dicho sea de paso con las rodillas masacradas de postillas y arañazos), ya sólo compartamos el recuerdo de ese querido Cádiz desde la distancia.

Yo de momento, y eso se lo debo exclusivamente a la fortuna, aún continúo aquí, pero son mayoría los que, impulsados por la escasez de casi todo lo esencial para empezar a subsistir por su cuenta y formar una familia, tomaron las maletas con el corazón hecho trizas pero con la idea de regresar algún día.

Madrid, Bilbao, Valencia, Castellón, Logroño, Málaga, Barcelona, Mallorca, Islas Canarias y no sé que otros lugares más, que a buen seguro se han quedado al borde del tintero, acogen hoy a esos, mis amigos de la infancia, a los que en ningún momento se les ha facilitado el derecho natural de que sus hijos coman erizos, se lancen a la “bomba” desde la cúspide
del puente canal o disputen la final de la “Champions” en la arena de La Victoria con el sol a punto de dormirse en la mar como único testigo.

A veces, con los ojos tristes y la melancolía condenándole la voz, son sus padres, a la grupa de los sesenta y con el descanso de la jubilación bien merecido por los duros años de trabajo, los que aún me recuerdan de cuando juvenil, me saludan por la calle y me comentan no sólo lo bien que les va a sus vástagos sino también lo mucho que les echan de menos. Tanto o más como a unos nietos que, por desgracia, como me confesó el otro día la madre de mi querido amigo Moisés, se han perdido la bendición de crecer entre el olor a mar y la oportunidad de que su abuela pueda dormirles cariñosamente susurrándole al oído el tanguillo de “Los Duros Antiguos”.

Así, casi de puntillas, tal como de forma callada la humedad de esta bendita tierra nos va aplomando nuestros huesos, la mayor parte de esa generación, que colmaba a rebosar las murallas de San Carlos, Plaza de España, Argüelles, Plaza de Mina y alrededores durante las noches de “movida” de finales de los ochenta y principios de los noventa, ha ido desapareciendo del mapa gaditano provocando un socavón generacional. Hoy en día, esto no sólo se traduce en estadísticas negativas del índice de natalidad, con el consecuente descenso de la población sino que, además, ha tenido mucha culpa del imparable envejecimiento de la misma.

Basta sólo con sentarse a tomar una cerveza en la terraza de cualquier plaza gaditana para percatarse de que nuestros mayores ya cuadruplican o quintuplican el número de niños que hoy juegan en ellas. Son nuestros padres y abuelos los que siguen siendo protagonistas de una ciudad, también vieja, que no está preparada ni de lejos para lo que se le viene encima. Sin apenas centros geriátricos, pocos descuentos y ayudas económicas para ellos, escasez de personal para asistir a los más necesitados y unos servicios terriblemente costosos para sus paupérrimas pensiones, ha sido este mismo Cádiz tan amado, junto a sus circunstancias, el que les ha privado de disfrutar de sus familias. Y a mí, como a muchos, de nuestros amigos de adolescencia.

Será en 2012, y como uno de sus servicios más gloriosos a esta ciudad, cuando esos mismos padres y no sus hijos, apenados y echando de menos la tierra que les vio nacer a cada instante, agiten al aire de levante mil banderitas esgrimiendo una sonrisa para que el mundo entero se percate de lo contentos que estamos de celebrar el bicentenario de la Pepa, aunque sea sin la cercanía de los seres queridos.

Menos mal, como dijo aquel, que la ciencia está para algo y unos pocos de los que formábamos ese equipo de 6ºC, hemos vuelto a encontrarnos, gracias a una herramienta en auge que, si antaño en los tiempos de las chapas nos parecía pura y dura ciencia ficción, hoy es una milagrosa realidad llamada “Facebook”.

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